hundo los pies en la orilla. y lo primero que siento es a la arena presionando mi sangre y a la piel como una especie de muralla viva y sensorial que adopta ese empuje como una caricia del mundo. Y lo segundo que aparece es el mar: y mi piel pasa a ser una represa que impide que el agua se filtre por mis poros y se mezcle con mis propias combinaciones químicas internas. Y ahora un pez diminuto y perdido nada cerca de mis pies y se va hacia la profundidad, como habiendo descubierto un nuevo ser vivo en donde empieza la muerte para él. Se escapa nadando veloz como si tuviese la urgencia de contarle a sus amigos lo que acaba de pasar.
Y el pez se va con mi recuerdo al fondo del mar. Y le cuenta a sus amigos y sus amigos no le creen pero extienden el mito de un faro vivo arraigado en las costas marítimas. y sus amigos peces trasladan el mito a los corales, como si fuesen bibliotecas orgánicas en donde la información queda para siempre. Y otros peces más grandes y más pequeños recuperan esa información de los corales, y el mito se viraliza por el oceano. Primero por uno, luego por otro: luego todos los oceanos del mundo saben que existe un faro humano en una orilla. Y un pez le corre la bola a un pulpo y el pulpo le corre la bola a un pez espada y el pez espada se junta con un tiburón martillo y juegan a ser herramientas, y se cuentan el mito. Y el tiburón le cuenta a los tiburones y los tiburones le cuentan a los cocodrilos.
Y los cocodrilos salen por otra orilla en otra parte del mundo perdido y le cuentan a unas ratas salvajes lo que se dice: que en una orilla existe un gigante. Y las ratas van y le rompen las pelotas a los elefantes y le susurran que los cocodrilos dicen que en una orilla existe un gigante: y de pronto nadie sabe qué tan grande es el gigante porque todos tienen distintas dimensiones de lo gigante. Y ahora el reino animal sabe que existe un ser vivo que dicen que se choca con las nubes. y los pájaros tienen la misión imposible de encontrarlo.
Y todos los animales se pasan la vida buscando al humano, que dicen, una vez cabeceó la Luna sin querer. Y que ahí, cuando chocó la Luna, un extraterrestre tuvo un terremoto en su casa Lunar y se asomó a ver qué pasaba y lo vió. Y acá los pájaros cuentan cada uno su versión: unos dicen que el mito se extendió por toda la galaxia. Otros no creen en los extraterrestres, eso es una boludez.
Y yo mojando los pies en la orilla y mirando el horizonte tan tan infinito, a veces, pienso con angustia si no seré muy diminuto como para cambiar el curso de la existencia. Y a veces ese mismo pensamiento me relaja. Pero el mito del gigante que se enredó los pelos con los anillos de Saturno sigue extendiéndose. Y yo solamente me paré a ver el todo. Y a sentirme chiquito por un rato. Y a veces ser chiquito, depende el ojo con el que se vea al universo, puede ser también una inmensidad.