Con el arco gastado, las flechas sin punta y trasnochado, Kuppi vivía con poco trabajo. Mejor dicho, no había duda alguna cuando se trataba de flechar: Cupido, sistemáticamente, ganaba la pulseada entre ambos.
Kuppi era más bien la segunda línea de Cupidos. Es decir, cuando el habilidoso del pelotón no estaba en condiciones de salir a repartir flechas, lo mandaban a él.
– No podés flechar así – le dijo una vez un tipo en una plaza, cuando Kuppi estuvo media hora intentando alinear la flecha al centro del arco para efectuar un disparo.
– Yo flecho como se me canta – le dijo, sin mirarlo a los ojos, con las manos sudorosas y el ego un poco machucado por no poder tirar dignamente.
– Así te va a ir – le respondió el hombre
– Jodeme de vuelta y te flecho con un inodoro – amenazó Kuppi. Ya estaba jugado.
El hombre sonrió, apretó los dientes contra sus labios inferiores y lo ninguneó con un cabeceo cortito.
Cupido intentó explicarle las tareas y los pasos a seguir un millón de veces. Pero Kuppi no atendía.
– Kuppi, me prestás atención hermano – se fastidiaba Cupido.
– Si si – sostenía, mientras garabateaba algo con un marcador en una hoja.
– ¿Qué estás haciendo? – preguntó Cupido, sosteniendo el arco y la flecha, congelado, enseñando una posición que nunca tuvo la atención de Kuppi.
– Nada, dibujo. – Le dijo, y le mostró un hermoso dibujo de dos flechas buscándose a si mismas.
– Esto está muy bien – Le dijo Cupido.
– Si que se yo. Bueno dale explícame lo de las flechas – Kuppi cerró fuerte los ojos como preparando su cuerpo para un nuevo malestar y agarró el arco.
– Te importa un carajo esto, ¿No? – le dijo Cupido.
El aprendiz miró el arco durante unos segundos.
– No me interesa tener el don. No me interesa nada, no me interesa salir a flechar, no me importa enamorar a nadie. Me parece todo una farsa y me siento parte de un sistema nefasto – vomitó.
Cupido asintió. Se quedaron en silencio un ratito.
– ¿Podés dibujarme a mi mientras flecho a alguien? – preguntó.
– ¿Qué? – Kuppi alzó una ceja. Y miró crédulo.
– Si podés retratarme – dijo.
A Kuppi se le iluminó la cara.
– Si, más vale – exclamó.
Y ahí Cupido entendió que tener el don y las habilidades necesarias, no implica necesariamente tener que hacer un uso obligatorio de ellas. Y Kuppi sacó una pintura magistral, la cual se vendió por todo el mundo, con el cuerpo y la cara de Cupido sosteniendo el arco tirante, esperando a flechar. Y después se animó a aprender a flechar, porque ya no tenía la presión de ser lo que estaba mandado a hacer: Ya nadie esperaba que fuera un Cupido. Y sólo cuando fue libre, se animó a todo.
Excelente reflexión, cuanto nos presionan por ser alguien que no queremos ser y cuando encontramos nuestra vocación capaz que lo hacemos inconsciente sin la obligación del deber ser.
A tener en cuenta para no hacerlo con nuestros hijos ni pareja ni amigos. Va, con nadie
Que complicado cuando me he metido en mi carrera univeristaria creyendo que sería mi pasión.
Pasión es probar algo nuevo y te guste, no estar obligado hacerlo para toda la vida.
un beso desde Panamá
No puede ser la manera tan espontánea y original que tenés de escribir Man , transmitís un aura de seguridad que hace que cada vez sean más la curiosidad de leer tu arte.
Me encanta, nada más que decir.
Lo amé. Soy entrenadora, y más de una vez mi hermano todo talentoso me ha puesto en orbita de que sólo quería disfrutar del deporte, sin entrenar para competir y ganar. Me enseñó tanto que un tiempo después escribí sobre que “la juventud perdida” con la que todos hemos bromeado alguna vez, no está nada perdida. El mismo adolescente de dieciocho años me impulsó a que de una vez fuera a entrenar a mi equipo con un vestido deportivo bien al cuerpo. No sigo porque la lista sería muy larga para un comentario de un blog.